lunes, 17 de agosto de 2009

LUMP



Para Ana María Hernández



Palabras de Lydia

Nunca pensé que esto pudiera suceder, Sergio. Te juro que no se me ocurre dónde pueda estar Irene en este momento. Si no la hubieras dejado ir. Pero claro, cómo lo habrías impedido. De todas formas, si supiéramos dónde está ¿qué podríamos hacer? Jamás pensé que te hubiera ocultado aquella historia, y menos aún que siguiera siendo tan importante para ella.

Palabras de Irene

Menos mal que te encontré, Sergio. Debí venir de inmediato pero tenía miedo y necesitaba pensar. Pero ya han pasado dos días y no puedo seguir esperando. No sabes cuánto me cuesta recordar. Anteayer, cuando volví de donde Lydia, me encerré en la casa: he pasado estos días espantando recuerdos que creí muertos, que no tendrían que haber aparecido nunca y menos en este momento. Pero después de todo, tampoco es tan extraño: fue una mañana demasiado parecida a aquella de 1990. Sé que nunca te hablé de eso; realmente pensé que lo había dejado atrás. En aquel entonces, por una cuestión de mala suerte me vi obligada a darle una explicación a Marcelo, alguna vez te lo mencioné ¿recuerdas?, pero estaba tan intoxicada que desde entonces siempre me costó separar la realidad de las excusas que había inventado. Había pasado una noche terrible, sin dormir, mientras a mi lado Giacomo descansaba como si ya todo no fuera inminente. Me levanté y me fui al amanecer. Cuando salí del hotel comencé a llorar y llegué descontrolada a casa de Lydia. Fue difícil contarle lo sucedido, explicarle algo que se había venido hilvanando silenciosamente y que yo me había resistido a comprender. Fue como si la memoria se fracturara. A ella no quise mentirle, pero recuerdo que no lograba responder con precisión a sus preguntas. Al final me dio unos calmantes y me fui a mi casa. Cuando desperté en la tarde, Marcelo había llamado varias veces. Yo me había estado mostrando indiferente, pero cautelosa, como resguardando el espacio que quedaría vacío cuando Giacomo se marchara. Peor en las últimas semanas disimulaba cada vez menos. Me decía “No me importa nada, me la juego.” Pero esa tarde ya lo sabía todo perdido y por eso tuve cuidado con Marcelo. Ahora, cuando trato de recordar, todo se me confunde y lo único claro es el dolor profundo que creí haber olvidado, a pesar de que han pasado cinco años.
De todos modos, después de que Giacomo se fue, dejé a Marcelo. Pero no debo quejarme. Cuando conocí a Leonardo hace dos meses sentí que debía poner distancia porque esa historia podría repetirse. Y así fue: anteanoche, cuando lo vi meciéndose en el mar, todo se devolvió como una sombra que hubiera estado cercándome. Otra vez sé bien lo que sucedió, pero no acabo de organizarlo en mi mente. Tengo clarísima la impronta del golpe, pero no sé cómo decírtelo y tienes todo el derecho a preguntar porque yo vengo aquí una vez a la semana desde hace años y nunca te hablé del ’90 y, salvo ese estruendo que salpicó como un chasquido, las únicas palabras que me vienen son las de hace cinco años y comienzo a hablarte y me doy cuenta de que te digo parte de lo que dije entonces a Marcelo, mezclando con lo que hablé hace menos de cuarenta y ocho horas con Lydia y no quiero mentir, pero a lo mejor lo estoy haciendo y sigo hablando y no puedo parar.

Palabras de Lydia

Creí conocerla lo suficiente, Sergio. Nunca pensé que fuera capaz de tanto silencio conmigo y sólo ahora comienzo a entender la magnitud de lo que ocurrió hace cinco años. En aquella época supe desde el principio lo que Marcelo podía significar para ella. Era suave como un muchacho, justo en ese punto que tanto la seducía; y yo estaba segura de que cuando ella se iba con él se disolvía sin peligro y se aligeraba de sus cargas. No hay por qué amar, decía Irene y yo comprendía muy bien lo que significaba eso. Marcelo también lo entendía, por eso toleraba sus desapariciones. Sabía que ella carecía de la fuerza para enfrentar los extravíos y que, cuando sintiera el peligro, volvería a él. Marcelo parecía decir con todo aquello; no hay por qué ser amado y tenía razón, Irene siempre volvía. Quizá por eso no supe comprender lo que estaba sintiendo por Giacomo. Es cierto que me perturbó cuando se apareció en mi casa aquella mañana que yo creí enterrada, temblorosa, perdida en las palabras, diciendo una cosa y después lo contrario y repitiendo el nombre de Giacomo una y otra vez.


Palabras de Irene

“Marcelo, ven a buscarme. Tienes razón cuando dices que no consigo estar sin ti. También tienes razón con lo de las pastillas, cada día me excedo más. No podía salir de casa ni hablar por teléfono. ¿Sabes que no tengo ropa que ponerme desde hace días? Ahora que estoy más despejada no sé qué hacer para estar medianamente presentable y salir. Todo esto se me nota en los ojos; ya tú lo has dicho: lo más ligero es lo más tenaz y esas dos membranas no me responden. El sueño del pez en el cuerpo de la mujer se me ha estado repitiendo: las espinas salen del pez y se clavan en ella. Marcelo, ven a buscarme. Ni siquiera puedo caminar hasta la ducha. ¿Por qué insistes con lo de los espejos en el techo, si ya te dije que llevo una semana sin salir de aquí? ¿Qué puedo haberte dicho? No recuerdo nada, ya sabes cómo me ponen las pastillas. Lo de los espejos debe haber sido un sueño. Sabes que no te miento jamás.”
Pero te estaba mintiendo, Sergio, porque estaba muerta del miedo, igual que cuando llegué aquí.

Palabras de Lydia

Luego, esa misma tarde, me llamó para que le contara lo que había sucedido, me sorprendió que no recordara casi nada de lo que habíamos hablado apenas unas horas antes. Comencé a hablar y a cada momento me increpaba porque sus silencios me desconcertaban. Entonces preguntó por los espejos, eso me desarmó: lo único claro que había dicho esa mañana era que había pasado la noche en vela mientras Giacomo dormía a su lado, mirando su propia cara repetida en los espejos del techo y que esa imagen la había llenado de pavor. Tampoco lograba recordar en qué momento se lo había dicho a Marcelo y si había nombrado o no a Giacomo. Pero estaba preocupada por Marcelo. Me dijo que su única salida era atrincherarse en la excusa de las lagunas que le producían las pastillas y repetirle una y mil veces que debía tratarse de un sueño que ya había olvidado. Me dijo que no quería perderlo, que sólo él podría ayudarla a salir de aquello.

Palabras de Irene

No quería que Marcelo me dejara. Sólo veía la imagen de Giacomo tomando un avión, dándome la espalda en cualquier calle, despidiéndose incluso con una sonrisa. Sentía que Giacomo no volvería a aparecer. Llevaba una semana sin saber de él; estaba segura de que no había regresado a Madrid, pero sabía que tampoco volvería a mí. “No quiero que Marcelo me deje” era lo único que repetía. Giacomo se lo llevaría todo, que al menos su ausencia no me separara de Marcelo. No podía creer que hubiera sido tan grande mi desvarío.

Palabras de Lydia

Una semana después encontré un recado de Irene. Tal como yo pensé. Giacomo la había llamado para decirle que esa misma tarde volvería a Madrid. Tengo que verte, fueron sus palabras, y salí a encontrarla. Fuimos a uno de esos lugares que frecuentábamos entonces. Me contó que había insistido en verlo antes de que viajara. Me repitió varias veces cómo, luego de la despedida, no se permitió mirar atrás y se fue perdiendo en las escaleras del metro. De allí fue a la universidad y almorzó tranquilamente con una amiga. Me dijo que se sentía bloqueada, pero de inmediato comenzó a llorar. Nunca en tantos años la había visto así. Sólo dijo: “No puede haber sido tan grande mi desvarío”, y ya no habló más. No volví a verla en varias semanas y se negó durante todo ese tiempo a atender mis llamadas. Marcelo me buscó para decirme que Irene lo había dejado. Ha pasado tanto tiempo, Sergio. Con los meses pareció recuperarse, especialmente después de que comenzó las consultas contigo; y todo volvió a la normalidad hasta que hace dos días llegó a mi casa de ese modo tan sorpresivo.


Palabras de Irene


La primera vez que vi a Leonardo supe que debía alejarme de él. ¿Recuerdas que te lo dije? Tenía esa marca en la frente de los que no pertenecen a ningún lado. No quise admitirlo en el momento, pero me recordó a Giacomo. Cuando volvimos a encontrarnos, mientras fumábamos en aquel lugar, supe que pasaría la noche con él. Terminamos en esa calle oscura, caminando hacia el cuarto donde él vivía. Durante estos dos meses que no vine a tu consulta, me sentía atrapada por él y no dejaba de resonar en mi mente aquella frase que acostumbraba decirme Marcelo: tenía razón cuando afirmaba que me faltaban fuerzas para enfrentar los extravíos. Comencé a sentir que me debilitaba y que si seguía con Leonardo acabaría por hundirme otra vez; pero nunca pensé que todo terminaría así.

Palabras de Lydia

Ella llegó a hablarme un poco de Leonardo: ya sabes que no nos veíamos tanto como antes. Por eso me sorprendió verla en mi casa anteayer. Llegó desesperada hablando de Marcelo y de Giacomo, pero sin mencionar ni por un instante a Leonardo. Era como si en su mente el tiempo hubiera retrocedido, y yo no lograba entender el motivo de su desesperación. Habló mucho en los últimos años del daño que le habían causado las pastillas. Pero no terminaba de decir nada concreto, y jamás me hubiera imaginado lo que ocurrió si tú no me lo cuentas. Tampoco sabía que llevaba tantas semanas cancelando las citas contigo. Claro que creo que debemos buscarla, pero no tengo idea de dónde haya podido ir. Por otra parte, ¿qué haríamos si la encontramos? En muy poco tiempo lo sucedido se va a saber.


Palabras de Irene

Sólo recuerdo el golpe, Sergio. Ese sonido no ha parado de retumbarme en la cabeza; y después ese aturdimiento como si todo se hubiera detenido, como si no acabara de ocurrir algo tan definitivo. La cara de Leonardo desapareció; yo misma estaba como suspendida: escuchaba el mar como si fuera a tragarme de un momento a otro. No sé cuánto tiempo pasó ni cómo fui a parar a casa de Lydia; teníamos tiempo sin vernos. Fue un viaje inútil, no me atreví a decirle nada. Pero te juro que nunca planeé ocultarle lo de Giacomo, simplemente yo misma lo había olvidado, hasta que Leonardo apareció, y fue como si todo comenzara a confundirse en mi mente: muchas cosas que nos pasaban, sentía que ya las había vivido con Giacomo, había instantes brevísimos en que sus rostros se me confundían. Comencé a sentir que todo volvía a ahogarme: cada vez me convencía más de que él sobreviviría a todos esos excesos y yo volvería a sucumbir. Antenoche en la playa, la última noche, él estaba muy borracho y hablaba compulsivamente. Yo ya no soportaba sus palabras inconexas y quise irme, pero él me detuvo. Entonces empecé a golpearlo y él me devolvió los golpes. Seguimos luchando hasta que de pronto se dejó ir hacia atrás y cayó de espaldas en la orilla y se quedó balanceándose entre las olas, completamente ajeno a lo que acababa de ocurrir. Sentí la noche tan oscura, el rugido del mar tan envolvente. Me di la vuelta para marcharme y mientras caminaba imaginé su voz al día siguiente, diciendo que no había pasado nada, preguntándome por qué lo había dejado solo en el mar. Entonces la furia volvió a apoderarse de mí. Corrí hacia los árboles, empecé a patearlos, a arrancar las hojas, a gritar: era la noche que estaba tragándome. Si no me aferraba a algo me iba a devorar. En ese momento vi la piedra y me serené. Sentí que si no me movía no pasaría nada y así me quedé un rato. Fue entonces cuando oí la voz de Leonardo que me llamaba mientras chapoteaba en la orilla. Ahí fue cuando agarré la piedra con las dos manos. Me voy antes de que lo encuentren. No voy a volver en mucho tiempo. Cuando me iba de la playa sólo pensaba que no debía mirar atrás y, desde entonces, ese sonido no deja de retumbarme en la cabeza. Es lo único que recuerdo con claridad del ruido del golpe cuando le tiré la piedra. Debe haber sido porque tenía la cabeza en el agua. Sonó algo así como LUMP.


Este relato pertenece al libro "La Fumatrice" editado en 1999 por Ediciones Cabos Sueltos, Caracas.

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